En 1991 nació el Programa de Conservación del Cóndor Andino. Hoy día ha logrado la liberación de 243 cóndores rescatados, además del nacimiento y cría de 81 pichones.
El cóndor andino —Vultur gryphus— es el ave voladora más grande del mundo. Tiene una cabeza sin plumas que es una mezcla de gris y marrón-rojizo, rugosa que de cerca parece una trama tejida con lana áspera y plumaje negro. Además de eso, se caracteriza por su tamaño imponente: cuando abre sus alas, tiene un ancho de tres metros. “Es el centinela de los cerros, siempre está en las alturas”.
Este enorme animal vive en América del Sur, desde los Andes venezolanos hasta Tierra del Fuego, Argentina. Capaz de recorrer grandes extensiones de distancia, es carroñero, por lo que se alimenta de animales muertos cuya piel puede romper gracias a su pico fuerte. Así, otros carroñeros más pequeños acceden también a la comida, por lo que cumple un rol clave en su ecosistema. Además, al alimentarse de otros grandes animales muertos, como llamas o guanacos, previene la dispersión de enfermedades que podrían generarse por la presencia del cadáver. Frente al latente peligro de extinción de este animal y con el antecedente del cóndor californiano en Estados Unidos, que prácticamente desapareció en la década del 80 y sigue siendo una especie en peligro, en el año 1991 nació el Programa de Conservación del Cóndor Andino —PCCA—, que hoy trabaja en toda el área de distribución de este buitre y ha logrado la liberación de 243 cóndores rescatados, además del nacimiento y cría de 81 pichones.
El cóndor ha disminuido drásticamente en la región que habita por distintas causas, como la intoxicación o choques con construcciones artificiales. Según la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza —IUCN—, el estado de conservación del ave es vulnerable, mientras que para organismos como la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres —CITES—, el animal está en el apéndice uno, entre las que sufren un mayor grado de amenaza. En el norte de Sudamérica, como en Venezuela, su población prácticamente llegó a extinguirse, mientras que en países como Chile y la Argentina es donde hay más individuos.
“Trabajamos tanto con el desarrollo tecnológico como con la cosmovisión de los pueblos originarios, como si fuesen las dos alas del mismo cóndor”, explica el biólogo y codirector del proyecto Luis Jácome. “Los pueblos originarios —como diaguitas y mapuches— honraron al cóndor y lograron que la especie sobreviviera junto con todos los otros animales de la región”, agrega. Por eso, el Programa de Conservación, que es una iniciativa binacional entre la Argentina y Chile, incorpora en el trabajo científico las cosmovisiones que honran al animal, como, por ejemplo, los rituales que hacen cuando un cóndor es liberado a su hábitat. Esto habla de la importancia de la conservación de la especie no solo por su rol ecosistémico, sino por su valor cultural, lo cual ayuda a educar a la población para preservarla.
Los pilares de su conservación
El programa para conservar al cóndor tiene algunos grandes pilares, interrelacionados entre sí, que buscan reducir algunos de los riesgos o características que hacen más vulnerable a la especie. El primero de ellos es la reproducción. El animal es longevo, pero necesita dos o tres años para criar un pichón que alcanzará la madurez sexual recién, aproximadamente, a los diez años. Es decir, nacen muy pocos cóndores, lo que tiene una lógica cuando el equilibrio del ambiente se mantiene, pero se convierte en una desventaja cuando se intenta conservar una especie diezmada.
“Organizamos la población de cóndores en cautivero y creamos parejas reproductivas”, explica Jácome sobre el proceso. “Son animales que por distintas razones no pueden ser liberados. Cuando ponen huevos, se retira el primero para criarlo en un laboratorio, artificialmente. Esto induce a la pareja a poner un segundo huevo que se deja para que críen las aves, una cría parental”, añade (en circunstancias normales, los cóndores ponen un solo huevo por vez). Con este método, el proyecto ha tenido 81 nacimientos en estos 32 años, un número inédito a nivel global para especies de este tipo. Los primeros pichones criados entre paredes blancas y asepsia no tienen contacto con sus padres, sino que los técnicos usan títeres para enseñarle al animal los comportamientos y vínculos propios de su especie. Todas las aves luego son liberadas a su ambiente natural.
El segundo eje es el rescate. Los riesgos que afronta la especie son muchos y aquellos que han puesto en peligro su conservación tienen causalidad humana. El programa trabaja mediante convenios con Gendarmería Nacional, parques nacionales y las direcciones de fauna de las provincias en las que se encuentra en nuestro país: estas son las entidades que dan los primeros auxilios a los animales cuando los encuentran o les avisan que han encontrado un cóndor lastimado a los responsables del programa. Los cóndores suelen envenenarse por el uso ilegal de cebos tóxicos, víctimas del tráfico ilegal o de cazadores, heridos por trampas o porque han chocado contra cables de alta tensión o aerogeneradores de parques eólicos. Los que necesitan mayores cuidados se trasladan en avión a distintos centros de rescate y rehabilitación distribuidos en la Argentina.
Un tercer pilar, clave del trabajo por la conservación de este animal, es la liberación de los ejemplares en distintas zonas de su área de distribución. A lo largo del programa han logrado liberar el 70 % de los cóndores rescatados. Es decir, son aquellos que no mueren por las heridas o quedan impedidos de poder regresar a su hábitat. Las otras aves que se liberan son las que han nacido y han sido criadas en el programa de reproducción. Aparte, hay otros cóndores que no pueden volver a su hábitat por las heridas y secuelas. Cada liberación es una fiesta que guían las comunidades indígenas de la zona en la que el animal es liberado, reforzando la unión cultural, simbólica y vital del cóndor andino con los seres humanos.
“En la costa atlántica, los cóndores estuvieron extintos por más de un siglo y desde el año 2003 hasta ahora, liberamos más de 60 animales que volvieron a unir el corredor de los cóndores, que va desde el norte de los Andes hasta el sur de la Patagonia”, cuenta Jácome. El Retorno del Cóndor al Mar es uno de los proyectos que se integran al Programa de Conservación y que ha permitido que el animal regrese a la costa atlántica patagónica donde lo divisaron naturalistas como Charles Darwin y Perito Moreno en el siglo XIX. “Con la llegada del cóndor, se restaura el ambiente porque ingresa un carroñero que faltaba. Hay una cascada de carroñeros que el cóndor habilita, además del regreso de un animal emblemático para la cultura; en muchas tradiciones es el animal encargado de sacar el alma de los muertos fuera del cuerpo”, cuenta Jácome.
La liberación de estos animales en su ambiente histórico volvió imperante la necesidad de crear espacios seguros para su vida y su desarrollo óptimo. En el marco del programa, se crearon santuarios de cóndores (áreas protegidas) en provincias como Tucumán, Jujuy, Mendoza, etcétera. El seguimiento satelital de los animales liberados, la investigación científica y los programas educativos son otros de los puntos que se integran a este complejo y amplio plan de conservación del centinela de los cerros. “Logramos crear una red de trabajo muy amplia, que además de incluir secretarías y ministerios de ambiente de las catorce provincias en las que el cóndor tiene distribución, incorpora a organismos de Nación, parques nacionales, Gendarmería Nacional, ecoparques y bioparques, universidades, etcétera, y que tiene alianzas con instituciones privadas como Fundación Temaikén y cuenta con el apoyo de organizaciones en toda Sudamérica”, expresa Jácome. Además de los 180 animales liberados en la Argentina, también hubo sueltas en Venezuela, Colombia, Chile y Bolivia.
El animal que limpia la enfermedad muere envenenado
“El cóndor es el guardián de las alturas, de todas las cumbres. Es un animal fuerte que, aunque siempre mira abajo, pocas veces baja a buscar comida. Los apellidos ‘condorí’ de la zona del valle, vienen del cóndor”, dice Margarita Ramírez. También cuenta que la pluma del cóndor se pasa por el cuerpo de los enfermos para sacar los males, para limpiarlos.
Sin embargo, quizás casi en una paradoja, el animal que limpia y cura tiene como una de sus mayores amenazas a los cebos tóxicos, venenos que algunos pobladores rurales ponen en los animales muertos para alejar a los grandes carnívoros que creen que podrían comer su ganado. Cuando el cóndor baja para comer la carroña, se envenena y muere. Estos productos son, además, perjudiciales para el ambiente, letales para otras especies, entre las que puede estar el mismo ser humano.
“A partir del 2017, tuvimos muertes masivas por culpa de los cebos, el primer caso fue en Jujuy”, dice Jácome al respecto. “Más de 170 cóndores murieron así en los últimos años. Nosotros podemos rescatar, liberar, criar, pero una cosa así te mata muchos animales de golpe”, agrega.
Parte del trabajo para reducir estas muertes, además de planes educativos en las áreas rurales en las que vive el cóndor para los pobladores y los especialistas, fue la distribución de kits a las entidades de ambiente de cada provincia participante. “El veneno es una bomba química, los técnicos, cuando van a rescatar a un animal, tienen que tener mucho cuidado. Los kits tienen elementos de bioseguridad para tomar muestras, respetar las cadenas de custodia, sanear el lugar, etcétera”, comenta.
El futuro del ave, cuyas plumas liberan al ser humano de la contaminación del cuerpo, depende de las acciones que se lleven a cabo hoy para impulsar su supervivencia y evitar la desaparición de una de las especies más significativas de los Andes.