Investigadores del Centro RIKEN para la Ciencia de la Materia Emergente y la Universidad de Tokio han desarrollado un revolucionario plástico biodegradable que se descompone en agua de mar en cuestión de horas, ofreciendo una posible solución a la crisis global de contaminación por plásticos.
Este avance, liderado por el científico Takuzo Aida, podría transformar la forma en que abordamos los desechos plásticos, que según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente podrían triplicarse para 2040, alcanzando entre 23 y 37 millones de toneladas métricas vertidas anualmente en los océanos.
En un laboratorio en Wako, cerca de Tokio, el equipo demostró cómo un pequeño trozo de este material desaparece tras una hora de agitación en agua salada, sin dejar residuos. A diferencia de los plásticos convencionales, este nuevo material, fabricado con polímeros supramoleculares y monómeros iónicos que forman puentes salinos, es tan resistente como los plásticos derivados del petróleo, pero se descompone en componentes metabolizables por bacterias naturales al exponerse a la sal. Esto evita la formación de microplásticos, que dañan la vida marina y entran en la cadena alimentaria. Además, el material no es tóxico, no inflamable y no emite dióxido de carbono. En suelos con presencia de sal, un trozo de cinco centímetros se desintegra en unas 200 horas.
“Los niños no pueden elegir el planeta en el que vivirán. Es nuestro deber como científicos asegurarnos de que les dejamos el mejor entorno posible”, afirmó Aida. Aunque aún no hay planes concretos de comercialización, el proyecto ha despertado interés en sectores como el de envases, y el equipo trabaja en optimizar recubrimientos para que el material pueda usarse como plástico convencional sin degradarse prematuramente.
Otros inventos similares y su impacto
Este no es el primer intento por desarrollar plásticos biodegradables. En 2025, investigadores de la Universidad del Sur de California (USC) crearon un material basado en carbonato de calcio extraído de conchas marinas, que se degrada en agua salada en seis meses. Aunque prometedor, su tiempo de descomposición es significativamente mayor que el del plástico japonés, y aún se encuentra en fase de perfeccionamiento para aplicaciones como sorbetes y envases.
Por otro lado, los polihidroxialcanoatos (PHA), sintetizados por bacterias como Cupriavidus necator, han sido utilizados desde la década de 1980 en envases y aplicaciones médicas. Sin embargo, su alto costo de producción, que depende de materias primas como el almidón de maíz, ha limitado su adopción masiva. En 2022, solo el 9% de los envases eran biodegradables, según datos de investigación. Empresas como Coca-Cola y Starbucks han adoptado PHA para envases compostables, con metas de sostenibilidad para 2030, pero los costos y la necesidad de condiciones específicas de compostaje industrial han frenado su éxito.
Otro ejemplo es el ácido poliláctico (PLA), derivado de fuentes renovables como la patata o la yuca, que se utiliza en envases y utensilios desechables. Aunque el PLA es biodegradable, su descomposición requiere condiciones controladas de compostaje, y no se degrada eficazmente en entornos marinos, lo que limita su impacto en la reducción de la contaminación oceánica.
A diferencia de estos predecesores, el plástico japonés destaca por su rápida degradación en agua de mar y suelos, sin necesidad de condiciones industriales, lo que lo posiciona como un avance con mayor potencial para combatir la contaminación marina. Sin embargo, como en casos anteriores, su éxito comercial dependerá de superar barreras como los costos de producción y la escalabilidad.
Un paso hacia un futuro sostenible
La crisis de los plásticos, exacerbada por eventos como la pandemia de COVID-19, que incrementó el uso de desechables, ha impulsado esfuerzos globales para encontrar soluciones sostenibles, respaldados por iniciativas como el Día Mundial del Medio Ambiente, celebrado el 5 de junio. El desarrollo japonés representa un hito en esta carrera, pero su implementación a gran escala será clave para medir su impacto real. Mientras tanto, el mundo observa con esperanza este avance que podría reducir significativamente la huella de los desechos plásticos en los ecosistemas.