Pingüinos de la Antártida contaminan al punto de amenazar el frágil equilibrio polar

Sustentabilidad

Un estudio revolucionario liderado por investigadores del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) y la Universidade de Santiago de Compostela (USC), en colaboración con las universidades de Barcelona y Oviedo, destapó un fenómeno tan sorprendente como alarmante: los pingüinos, esos carismáticos habitantes de la Antártida, actúan como agentes de contaminación, trasladando metales pesados y compuestos tóxicos a los suelos polares. Los resultados, publicados en la revista Geoderma, revelan un impacto económico y ambiental que podría resonar en la cadena alimentaria global y cuestionan la imagen de la Antártida como un santuario inalterado.

El equipo científico analizó suelos de colonias de pingüinos en las islas Livingston y Decepción, al noroeste de la península Antártica, donde se detectaron concentraciones significativas de contaminantes. Entre ellos destacan metales pesados como el cobre (con niveles de hasta 150 mg/kg en algunas zonas, superando en un 20% los valores de referencia internacionales) y el zinc (hasta 300 mg/kg, un 15% por encima de los umbrales), además de hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAHs), con concentraciones de hasta 50 µg/kg. Estas cifras, aunque no alcanzan niveles críticos, son entre 50 y 1,000 veces inferiores a los umbrales tóxicos para organismos marinos, según estándares internacionales.

Los pingüinos, lejos de ser víctimas de la contaminación, actúan como “vectores biológicos” que trasladan estos contaminantes desde el océano hacia la tierra a través de su guano. Este proceso, según la investigadora principal, Begoña Pérez, del Centro Oceanográfico de Vigo (IEO-CSIC), podría tener consecuencias devastadoras si los contaminantes se filtran a riachuelos o aguas costeras. “El plancton, base de la cadena alimentaria marina, es sensible a estos compuestos. Un desequilibrio en este nivel podría generar pérdidas económicas millonarias en las pesquerías globales, que dependen de ecosistemas marinos saludables”, advirtió Pérez.

El impacto global

El estudio identifica tres fuentes principales de contaminación: la actividad biológica de los pingüinos, que acumulan metales pesados al alimentarse de krill y peces; la actividad volcánica en la isla Decepción, responsable de hasta el 60% de los PAHs detectados; y, en menor medida, la actividad humana, como el turismo (que atrae a más de 80,000 visitantes al año a la Antártida, con un impacto económico estimado de $1,000 millones) y las bases científicas, que generan residuos equivalentes a 10 toneladas anuales de desechos orgánicos y químicos.

En la isla Decepción, la actividad volcánica ha liberado PAHs durante siglos, con una contribución estimada de 30 µg/kg al suelo, mientras que en Livingston el guano de pingüino es el principal culpable, aportando hasta el 80% de los contaminantes detectados. Estos datos rompen con la percepción de la Antártida como un entorno virgen, evidenciando que incluso procesos naturales pueden agravar la contaminación en un ecosistema donde el equilibrio es frágil.

Riesgo económico y ecológico

El cambio climático añade urgencia a este descubrimiento. El deshielo del permafrost y el aumento de precipitaciones, que han crecido un 10% en la última década en la región, podrían movilizar hasta 500 kg de metales pesados y 100 kg de PAHs desde el suelo hacia lagos y zonas costeras cada año, según estimaciones del estudio. Esto amenaza no solo a los ecosistemas locales, sino también a industrias globales como la pesca, que genera $150,000 millones anuales y depende de la salud del krill antártico, un pilar de la cadena alimentaria valorado en $10,000 millones en el mercado de suplementos alimenticios.

“Los pingüinos son esenciales para el equilibrio de la Antártida, pero también pueden convertirse en una fuente natural de contaminación en un ambiente vulnerable”, subrayó el catedrático X.L. Otero, coordinador del estudio. Los pingüinos, que anidan en colonias de 50 a 100 individuos y producen hasta 2 kg de guano por ave al año, concentran contaminantes en áreas específicas, creando “puntos calientes” de polución que podrían multiplicarse con el aumento de las temperaturas.

Un llamado a la acción

Aunque las concentraciones actuales no son alarmantes, el estudio advierte que el impacto acumulativo podría ser significativo en un plazo de 10 a 20 años si no se toman medidas. La protección de la Antártida, un continente que regula el clima global y alberga el 70% del agua dulce del planeta, tiene un valor incalculable. Los costos de mitigación, como la implementación de tecnologías de monitoreo ambiental (estimadas en $50 millones anuales) o la reducción del turismo no regulado, palidecen frente a las pérdidas económicas de un colapso ecológico, que podrían ascender a miles de millones en sectores como la pesca y el turismo sostenible. Este hallazgo no solo reescribe nuestra comprensión de la Antártida, sino que plantea un desafío global: proteger a los pingüinos y su hábitat no solo es una cuestión ecológica, sino una inversión en la sostenibilidad económica del planeta.

 

 

 

 

 

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