La tragedia de Bahía Blanca ocurrió por el cambio climático, sobre el cual sólo se actúa con palabras bonitas (y no con políticas responsables).

Sustentabilidad

Los dramáticos hechos ocurridos en Bahía Blanca a consecuencia de las inundaciones tienen nombre y apellido: el calentamiento global, consecuencia de emisiones de gases con un dantesco efecto invernadero. El diagnóstico es de las principales comunidades científicas del mundo en tanto que los políticos, que tienen que ver con el tema, miran disimuladamente para otra parte como si no tuvieran nada que ver.

El 7 de marzo último Bahía Blanca sufrió una de las peores inundaciones de su historia. En apenas 12 horas, la ciudad recibió 290 milímetros de lluvia, lo que produjo el desborde del arroyo Napostá y del canal Maldonado. En pocas horas cayó el equivalente a seis meses de “lluvias normales” en la zona. El desastre tuvo un saldo de, al menos 16 muertos y más de 1.500 evacuados. Y se atribuye al controvertido cambio climático, por estar vinculado al calentamiento global generado por las emisiones de gases de efecto invernadero.

Bahía Blanca es la novena ciudad más poblada del país. Se ubica en el extremo de una cuenca hidrológica asociada a las Sierras de Ventana, drenada por dos ríos principales: el Napostá Grande y el Sauce Chico. Toda la región recibe una precipitación media anual de unos 700 mm, con patrones de lluvia fuertemente influenciados por la variabilidad atmosférica estacional.

Para mitigar las tremendas inundaciones, el Canal Maldonado se profundizó como una infraestructura crítica de drenaje, diseñada para desviar el exceso de agua en períodos de intensa precipitación del Napostá. Pero el 7 de marzo, su capacidad se vio largamente excedida. Y, por supuesto, la excepcionalidad absoluta del evento, su magnitud en términos de precipitaciones tan abundantes y concentradas en tan poco tiempo, no encuentra antecedentes en los registros históricos.

Informe científico internacional

 

El Sexto Informe de Evaluación (IE6) del IPCC señala que el cambio climático está influyendo en la frecuencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos, provocando, entre otras catástrofes, inundaciones como la de Porto Alegre (Brasil) en abril de 2024, la de Valencia (España) en octubre, y ahora la de Bahía Blanca (provincia de Buenos Aires). El diagnóstico está, pero nadie quiere ponerle el cascabel a este gato que tiene nombres y apellidos. Sin ánimo de hacer un listado exhaustivo, los principales fenómenos son: desforestación, avance del agro negocio, “extractivismo” urbano y falta de obras de infraestructura. Otro dado patético: un estudio revela que un alto porcentaje de muestras de agua extraídas de Buenos Aires, Córdoba, Chaco, Mendoza, San Juan, San Luis, Santiago del Estero y Santa Fe contienen niveles elevados de arsénico. El arsénico constituye una amenaza silenciosa para la salud de la población, que golpea los rostros de la inacción de los políticos. Esos son algunos de los problemas que afectan a un país con una enorme caja generada por una de las presiones tributarias más grandes del mundo, que se dilapida en cosas que nada tienen que ver con la salud, la educación, las obras de infraestructura o el armamentismo que tantos dolores de cabeza trae a países altamente expuestos.

Menos vientos pero con más lluvias

Un trabajo de un consorcio internacional de estudios meteorológicos, del que participaron investigadoras del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA, UBA CONICET) en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, concluye que el caudal de lluvia de una intensidad sin precedentes se debió principalmente al cambio climático generado por la actividad humana. ClimaMete es un consorcio científico internacional que desde fines de 2024 estudia fenómenos meteorológicos extremos procurando comprender sus causas, en un marco experimental rápido, basado en el análisis comparado de situaciones meteorológicas similares ocurridas en el pasado. El año 2024 fue el más caluroso del que se tenga registro en el planeta (desde 1850) y el primero en superar los 1,5 grados celsius de calentamiento.

Científicos locales buscaron situaciones meteorológicas similares ocurridas en la región (en cuanto a los campos de presión, temperatura, viento, etc.) desde 1950 en adelante, y las compararon con eventos ocurridos en lo que va del siglo XXI. El análisis concluye que no hubo cambios significativos en las mediciones de presión atmosférica, y tampoco en los rangos de temperatura. El viento muestra una leve variación: respecto de los datos de eventos extremos del pasado, se ve una reducción en la velocidad del viento de hasta 4 km/h, un 10% menos, en la zona urbana de Bahía Blanca, aunque se observa un patrón inverso, con vientos más fuertes, en la zona costera de Pedro Luro, más al sur. Claramente que la variabilidad climática hace que un día no sea igual al día siguiente. Hay factores muy conocidos, que explican estas variaciones. Por ejemplo, la traslación de la Tierra y las estaciones. Pero, existen otras oscilaciones más complejas que también producen cambios y que también tienen periodicidades. Y además cambiaron las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Los datos del análisis son consistentes con una advertencia que más del 90 % de la comunidad científica mundial argumentan que el cambio climático favorece el aumento en la intensidad y la frecuencia de los fenómenos extremos. Una conclusión que aparece recurrentemente en los informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC).

El aumento de los gases de efecto invernadero altera el balance de radiación en el planeta. Eso hace que haya más energía disponible para generar situaciones más extremas, como olas de calor o lluvias intensas. Es a través del cambio, en los procesos termodinámicos y dinámicos, que el cambio climático antropogénico está haciendo aumentar la frecuencia de las lluvias intensas.

En 2012, la investigadora del CONICET Paula Zapperi, publicó su tesis doctoral en la que advertía sobre la vulnerabilidad de la ciudad ante inundaciones. El estudio destacaba que la ubicación de Bahía Blanca, en la cuenca inferior del arroyo Napostá, la exponía al escurrimiento de aguas desde zonas más altas, incrementando el riesgo de inundaciones. uAdemás, señalaba que las precipitaciones intensas provocaban anegamientos en áreas de menor pendiente y erosión en calles sin pavimentar, lo que agravaba los problemas de drenaje. La evidencia científica, los datos y la dramática realidad demuestran que el problema existe. Es complejo. Y que, sin abordajes integrales y serios, sin políticas públicas, inversión y decisión política, la tragedia, tarde o temprano, volverá a repetirse.